Charlas de Mamá Luna


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sábado, 26 de mayo de 2012

Hijos y, sin embargo, personas


Esta mañana he podido asistir a la charla de Rosa Jové  en el II Ciclo de Conferencias de la asociación Besos y Brazos (estupendo y muy recomendable, por cierto). Rosa ha empezado su  ponencia con una historia capaz, me parece, de desarmar a cualquier padre por más estricto que sea: una familia, en los años en los que todavía no se estilaba eso de los niños hiperactivos, llevó a su hija al psicólogo porque no había manera de que se estuviera quieta. La pequeña era puro nervio, no dejaba de moverse ni un segundo. El terapeuta, después de hablar con los padres sobre lo que sucedía a su hija, hizo que salieran de la habitación. Entonces puso la radio, salió él mismo de la sala y volvió al cabo de un rato. La niña estaba moviendo su cuerpo al son de la música, bailando, como si el sonido sirviera para canalizar la inquietud que recorría su cuerpo. El psicólogo llamó a los padres y les dijo: “Enhorabuena, tienen ustedes a una bailarina en la familia”. Sus padres inscribieron a la pequeña a clases de baile, y hoy es una de las bailarinas y coreógrafas más conocidas de Estados Unidos.

Cito la historia de memoria y he podido cambiar algo, pero básicamente era así. Después de oírla no puedo evitar preguntarme: ¿cuántas vocaciones se frustran, o quedan al menos parcialmente frustradas, porque algunos padres se empeñan en pretender guiar los destinos de sus hijos? Pasan los siglos, los milenios, y los padres, antiguos y modernos, no dejamos de tropezar con la misma piedra: pensar que nuestros hijos son meras extensiones de nosotros mismos, a lo sumo mascotas a quienes tenemos el deber de “educar” –entendiendo “educar” como obligar a hacer lo que a nosotros nos parece- o, en el peor de los casos, una nueva oportunidad de realizar nuestros sueños o, mejor dicho, de que otro realice nuestros sueños.

“Los niños normales interrumpen, juegan, se mueven...”, decía Rosa Jové. Y yo añado: y hacen lo que quieren, incluso hacen a conciencia lo que nosotros les decimos que no hagan. ¡Es normal! Apenas han llegado a este mundo y han de comprobar por ellos mismos qué es eso de ser una persona independiente. Yo quiero que mi hija sea independiente, o mejor dicho, interdependiente, como lo somos todos, y por eso mismo le daré todo el cariño y el apoyo que necesite siempre que lo necesite y, al mismo tiempo, respetaré sus decisiones –entre otras cosas, porque confío en ella- y seré feliz viendo cómo construye una vida, su vida, diferente a la mía.

Decía Rosa Jové: ¿cómo evitar rabietas y conflictos? Primero, una llamada al sentido común: si el niño es muy pequeño, y lo que hace no afecta a su integridad física, ¡déjale que haga lo que le dé la gana! Nos pasamos el día pretendiendo que los niños hagan lo que nos viene bien a nosotros, y también tienen derecho a hacer ellos lo que quieran, aunque a nosotros nos parezca, a veces... er... curioso.

Después, y si no podemos dejarle hacer lo que quiere: en la primera infancia, cuando no hablan, solucionar la molestia que tengan (¡¡¡los bebés siempre lloran por algo, y para ellos los brazos, por ejemplo, pueden ser tan importantes o más que para nosotros comer!!!), o evitar la situación que provoca la rabieta (no dejar dulces a la vista, por ejemplo), o distraer (ese recurso que tan buenos resultados da con los más pequeños). Y si nada de eso funciona, simplemente, consuélale.

Cuando ya hablan, podemos utilizar el diálogo y la negociación. Para eso, tres pasos: comprender, educar, y dejarles elegir. Por ejemplo: “Entiendo que quieras seguir jugando en el parque. ¡Aquí se está genial y es mucho más divertido que estar en casa! (comprensión). Pero ya es tarde y si no vamos a casa pronto, mañana estaremos muy cansados (educación). ¿Qué prefieres, estamos cinco minutos más y luego vamos a casa, o estamos un cuarto de hora y luego para compensar intentamos irnos a la cama un poco más rápido que otros días?” (Elección).

También habló de la importancia de comprender sus sentimientos, no sus actos, de buscar continuamente el espíritu de decir de forma amable las cosas intentando entender al otro (y expresarlo), de lo que bien que funciona esto también con los adultos, de cómo los padres y profesores funcionan como modelos que los niños imitan y de que es posible educar sin castigar. Y algo que me llamó la atención especialmente: “Si negocias y medias con los niños, ellos aprenden a negociar y a mediar”. Contaba Rosa que habían elegido a su hijo delegado de clase y mediador de conflictos entre los alumnos. ¡Menuda profesora ha debido de tener!

Detrás de todo esto me parece que hay algo fundamental: el respeto a los niños como a cualquier otra persona y la conciencia de que son seres distintos a nosotros. Por más que para los padres nuestros hijos siempre serán, de alguna forma, parte de nosotros, no podemos olvidar que son seres independientes con sus sueños, sus deseos y hasta sus propios problemas –no los nuestros- y que nuestro papel es darles esa base segura desde la que emprenderán el vuelo. Cuando ellos quieran, como ellos quieran, y hacia donde ellos quieran. Yo, desde luego, ayudaré a mi hija a que sea la mejor ella misma posible. Creo que es la ayuda que todos hemos deseado alguna vez.

Lorena Cabeza.  

2 comentarios:

  1. Muy pero que muy bien sintetizado... Bravo!
    La charla fue sumamente enriquecedora.
    A mí me marcó mucho la frase: "Alguien que castiga estando enfadado, no castiga, se está vengando"
    Teniendo en cuenta que cualquier castigo carece de resultados, si además añades este matiz, es demoledor.

    Un abrazo

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  2. Gracias! A mí también me gustó mucho. Básicamente fue lo que dice en su libro, pero oírlo de palabra siempre te da otra información.

    A mí me marcó también eso de: "Mis hijos decían que yo les dejaba comer lo que quería. ¡Mentira! Les decía: "¿Qué queréis, sopa de verdura o de pescado; pollo o ternera?" Pero ese día había sopa y carne". Y mi compi me decía: "Igual que en la política. Nos dan a elegir pero, en realidad, es lo mismo". Cuánta razón ;-)

    Un abrazo,

    Lorena

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