Un mes,
cuatro semanas, treinta días… y no se cuántas las veces que he pensado en
escribir algo sobre ti. Lo de ido dejando porque al final siempre caía en la
trampa, esa en la que solemos caer todos, cuándo nuestro cerebro decide
recordar solamente lo mejor de las personas que han muerto, y al final los
escritos suelen sonar falsos, aunque realmente no lo sean.
Hoy me vuelvo a sentar para escribir, esta vez, dispuesta a terminar lo que he empezado,
pero no me sale nada sobre ti, solamente me apetece escribirte, y eso,
precisamente, es lo que voy a hacer. El pasado 28 de junio algo mío se marchó
contigo, todo lo que juntas habíamos proyectado y que descansaba en un cajón a
la espera de su momento, eso se ha ido contigo, y quizás algunas cosas se
terminen realizando, pero ya no será lo mismo.
El resto, lo vivido, lo hablado, lo compartido, lo
aprendido… eso se queda conmigo y eso es lo que hace que sigas viva.
Todavía recuerdo la primera vez que te acercaste a mí,
estabas embarazadísima y las primeras palabras que me dijiste fueron: Tú eres doula, ¿verdad?
Hemos
crecido en el mismo pueblo, asistido al mismo colegio, hemos tenido amigos
comunes, e incluso hemos vivido en la misma calle. Jamás habíamos cruzado una
sola palabra hasta ese día. La maternidad nos unió.
Ese fue el inicio de nuestra relación, después Mama
Luna , (nunca os agradeceré bastante a Sara y a ti la oportunidad de pertenecer
a este proyecto) tres mujeres diferentes en sus bagajes, iguales en sus
intereses y que, pese a sus distintas personalidades, necesitaban poco para
entenderse.
Después las conversaciones sobre crianza, las charlas, las pequeñas
quedadas entre prisas (siempre las prisas) de madres con un montón de cosas que
hacer, las pequeñas confidencias…Y una de las experiencias más extrañas que he
tenido en mi vida, que no se cómo calificar y que me hizo sentir tu dolor,
lloré tu dolor, entendí tu dolor… fue increíble. Ese momento fue fundamental en
nuestra relación.
A partir de ese momento te convertiste en parte de “mi tribu”
Y
la última conversación, por teléfono, que comenzó por un tema práctico y que
nos llevó a un resumen rápido de lo que teníamos pendiente y lo último que te
dije: Ya me contarás,Sonia…Hasta ahí.
Después el horror de leer tu muerte, de
tener que comunicarla, el miedo de no haber estado a la altura, la impotencia,
el llanto, la despedida…
Siempre contabas, que aunque finalmente no me
llamaste después del nacimiento de tu peque, te tranquilizaba saber que podías
hacerlo en cualquier momento… Pues a mí me pasaba eso, podíamos pasar tiempo
sin hablarnos, pero sabía que estabas ahí y que podríamos hacerlo en cualquier
momento, que podríamos vernos… Ahora no, ya no…
Te echo de menos.
Olga.
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