Tendría que haber escrito esto
antes, pero eran tantas las emociones que hubiese sido complicada la síntesis. Veremos a ver cómo se me da hoy.
Ya cuándo se propuso el taller
tuve el deseo de asistir, aunque sospechaba que me moriría de vergüenza (razón
que ya hace mucho tiempo no me impide hacer lo que me apetece), y no me
equivoqué.
Desde el inicio del taller y hasta
más allá de la mitad, sentí que para hacer lo que se me pedía hubiese tenido
que tomar algún tipo de estimulante y en más de una ocasión tuve que frenar mis
ganas de salir disimulando y no volver…
Pero me quedé y entonces llegó el
momento de la relajación, de la conexión…
Allí estaba yo, conmigo, con mi
útero, con mi hija, con mi madre, con mis abuelas y mis hermanas, con mis
amigas, con las mujeres a las que he acompañado y con todas las que estábamos
en aquella sala. Y sentí que éramos una:
todas en mí y yo en todas.
Entonces comencé a llorar, no era
un llanto triste, ni desesperado, ni angustioso. Mis lágrimas fluían tranquilas aunque no
podía pararlas…
Me encantó la experiencia y me ha
dado para bastantes días de reflexión.
Gracias a Esther y a todas las
que compartisteis conmigo ese momento único.
Fue un verdadero placer.
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