Esta mañana he podido asistir a
la charla de Rosa Jové en el II
Ciclo de Conferencias de la asociación Besos y Brazos (estupendo y muy
recomendable, por cierto). Rosa ha empezado su
ponencia con una historia capaz, me parece, de desarmar a cualquier
padre por más estricto que sea: una familia, en los años en los que todavía no
se estilaba eso de los niños hiperactivos, llevó a su hija al psicólogo porque
no había manera de que se estuviera quieta. La pequeña era puro nervio, no dejaba
de moverse ni un segundo. El terapeuta, después de hablar con los padres sobre
lo que sucedía a su hija, hizo que salieran de la habitación. Entonces puso la
radio, salió él mismo de la sala y volvió al cabo de un rato. La niña estaba
moviendo su cuerpo al son de la música, bailando, como si el sonido sirviera
para canalizar la inquietud que recorría su cuerpo. El psicólogo llamó a los
padres y les dijo: “Enhorabuena, tienen ustedes a una bailarina en la familia”.
Sus padres inscribieron a la pequeña a clases de baile, y hoy es
una de las bailarinas y coreógrafas más conocidas de Estados Unidos.
Cito la historia de memoria y he
podido cambiar algo, pero básicamente era así. Después de oírla no puedo evitar
preguntarme: ¿cuántas vocaciones se frustran, o quedan al menos parcialmente
frustradas, porque algunos padres se empeñan en pretender guiar los destinos de
sus hijos? Pasan los siglos, los milenios, y los padres, antiguos y modernos,
no dejamos de tropezar con la misma piedra: pensar que nuestros hijos son meras
extensiones de nosotros mismos, a lo sumo mascotas a quienes tenemos el deber
de “educar” –entendiendo “educar” como obligar a hacer lo que a nosotros nos
parece- o, en el peor de los casos, una nueva oportunidad de realizar nuestros
sueños o, mejor dicho, de que otro realice nuestros sueños.
“Los niños normales interrumpen,
juegan, se mueven...”, decía Rosa Jové. Y yo añado: y hacen lo que quieren,
incluso hacen a conciencia lo que nosotros les decimos que no hagan. ¡Es
normal! Apenas han llegado a este mundo y han de comprobar por ellos mismos qué
es eso de ser una persona independiente. Yo quiero que mi hija sea independiente,
o mejor dicho, interdependiente,
como lo somos todos, y por eso mismo le daré todo el cariño y el apoyo que
necesite siempre que lo necesite y, al mismo tiempo, respetaré sus decisiones
–entre otras cosas, porque confío en ella- y seré feliz viendo cómo construye
una vida, su vida, diferente a la mía.
Decía Rosa Jové: ¿cómo evitar
rabietas y conflictos? Primero, una llamada al sentido común: si el niño es muy
pequeño, y lo que hace no afecta a su integridad física, ¡déjale que haga lo
que le dé la gana! Nos pasamos el día pretendiendo que los niños hagan lo que
nos viene bien a nosotros, y también tienen derecho a hacer ellos lo que
quieran, aunque a nosotros nos parezca, a veces... er... curioso.
Después, y si no podemos dejarle
hacer lo que quiere: en la primera infancia, cuando no hablan, solucionar la
molestia que tengan (¡¡¡los bebés siempre lloran por algo, y para ellos los
brazos, por ejemplo, pueden ser tan importantes o más que para nosotros
comer!!!), o evitar la situación que provoca la rabieta (no dejar dulces a la
vista, por ejemplo), o distraer (ese recurso que tan buenos resultados da con
los más pequeños). Y si nada de eso funciona, simplemente, consuélale.
Cuando ya hablan, podemos utilizar el diálogo y la negociación. Para eso, tres pasos: comprender, educar, y dejarles
elegir. Por ejemplo: “Entiendo que quieras seguir jugando en el parque. ¡Aquí
se está genial y es mucho más divertido que estar en casa! (comprensión). Pero
ya es tarde y si no vamos a casa pronto, mañana estaremos muy cansados
(educación). ¿Qué prefieres, estamos cinco minutos más y luego vamos a casa, o estamos
un cuarto de hora y luego para compensar intentamos irnos a la cama un poco más
rápido que otros días?” (Elección).
También habló de la importancia
de comprender sus sentimientos, no sus actos, de buscar continuamente el espíritu de decir de forma amable las
cosas intentando entender al otro (y expresarlo), de lo que bien que funciona
esto también con los adultos, de cómo los padres y profesores funcionan como
modelos que los niños imitan y de que es posible educar sin castigar. Y algo
que me llamó la atención especialmente: “Si negocias y medias con los niños,
ellos aprenden a negociar y a mediar”. Contaba Rosa que habían elegido a su
hijo delegado de clase y mediador de conflictos entre los alumnos. ¡Menuda
profesora ha debido de tener!
Detrás de todo esto me parece que
hay algo fundamental: el respeto a los niños como a cualquier otra persona y la
conciencia de que son seres distintos a nosotros. Por más que para los padres
nuestros hijos siempre serán, de alguna forma, parte de nosotros, no podemos
olvidar que son seres independientes con sus sueños, sus deseos y hasta sus
propios problemas –no los nuestros- y que nuestro papel es darles esa base
segura desde la que emprenderán el vuelo. Cuando ellos quieran, como ellos
quieran, y hacia donde ellos quieran. Yo, desde luego, ayudaré a mi hija a que
sea la mejor ella misma posible. Creo que es la ayuda que todos hemos deseado alguna
vez.
Lorena Cabeza.
Muy pero que muy bien sintetizado... Bravo!
ResponderEliminarLa charla fue sumamente enriquecedora.
A mí me marcó mucho la frase: "Alguien que castiga estando enfadado, no castiga, se está vengando"
Teniendo en cuenta que cualquier castigo carece de resultados, si además añades este matiz, es demoledor.
Un abrazo
Gracias! A mí también me gustó mucho. Básicamente fue lo que dice en su libro, pero oírlo de palabra siempre te da otra información.
ResponderEliminarA mí me marcó también eso de: "Mis hijos decían que yo les dejaba comer lo que quería. ¡Mentira! Les decía: "¿Qué queréis, sopa de verdura o de pescado; pollo o ternera?" Pero ese día había sopa y carne". Y mi compi me decía: "Igual que en la política. Nos dan a elegir pero, en realidad, es lo mismo". Cuánta razón ;-)
Un abrazo,
Lorena