Reescribo, de nuevo, estas líneas. A veces es difícil
enfrentarse a la realidad, mirar cara a cara a la verdad última, o casi última,
de la muerte de un ser querido. Su imagen me sigue viniendo a la mente cuando
oigo algo relacionado con la crianza y pienso: “Sonia hubiera dicho esto”, o “hubiera
hecho aquello”, o cuando veo algo de lo mucho que me gusta en Pinto y en lo que ella tuvo mucho que ver.
Han pasado cuatro meses ya. Ella me enseñó los recovecos de la lactancia, lo sencillo y a la vez complejo de una experiencia que al principio a muchas nos parece casi imposible. Mostrándome lo falso de esta creencia me abrió la puerta a una forma
de vivir la maternidad que intuía, pero que aún no había hecho realidad.
La veo dando el pecho a su hija Erika, enseñándome cómo la lactancia
puede ser parte de un mundo cotidiano y maravilloso –a mí, para la que todo lo
relacionado con niños era prácticamente extraterrestre-. La veo hablando de lo
importante que es la confianza en una misma para el establecimiento de esta forma de vínculo. La veo un mes antes de su muerte, hablándonos de su día a día, de sus
preocupaciones, cuando nadie podía imaginar lo que vendría después.
Cuando sucedió Jota, mi compañero y padre de mis hijos,
dijo: “Qué pena todas las madres e hijos que no la conocerán”. Y es cierto.
Sonia no sólo fue un hito esencial en mi forma de vivir la maternidad, sino
que también lo fue para muchas otras familias. Junto a Sara fundó esta
asociación, Mamá Luna, y se lanzó a difundir todo lo que había aprendido en su
propia maternidad con el mismo ímpetu con el que habitualmente defendía su otra
pasión, el medio ambiente. Se trataba de una persona enormemente transformadora
que dejaba huella allá donde pasara, y que provocó un gran impacto sobre
muchísimas personas a lo largo de su vida.
Sus logros en el área del medio ambiente han sido muchos,
y ya se ha hablado de ellos en otros artículos. Pero su corazón estaba puesto, sobre
todo, en su maternidad, en sus propias hijas y, quiero pensar, en Mamá Luna por
extensión.
A sus hijas quiero decirles que recuerden siempre a su madre
como una persona que las amó con locura, y que fue intensa, transformadora, noble y excepcional. No te olvidamos, Sonia, no podemos, no
queremos. Descansa en paz.
Lorena